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Educación para la Muerte - Deusto Knowledge Hub Explorer

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Educación para la Muerte - Deusto Knowledge Hub Explorer
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JUAN LUIS DE LEÓNPROFESOR DE LA FACULTAD DE TEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE DEUSTOEducación para la muerteComo todos los años, por estas fechas recordamos de manera especial a nuestros difuntos. En las sociedades tradicionales preindustriales la muerte era explicada a través de diversos mitos, rituales y símbolos, y adquiría una dimensión claramente social, comunitaria. Lo tradicional era morir acompañado y un fallecimiento era algo que afectaba a la comunidad. Sin embargo, en nuestra sociedad occidental actual, que Zygmunt Bauman definió como «líquida» por ser cambiante, carente de certezas, individualista y de relaciones volátiles, la muerte ha perdido gran parte de esa dimensión social. A diferencia de lo que sucede en otras culturas, el sujeto muchas veces muere solo, recluido en un hospital, y, salvo en el caso de grandes personalidades o de aquellas personas a quienes los medios de comunicación social encumbran a la fama, su defunción sólo es llorada, prácticamente en privado, por su círculo más próximo de familiares y allegados.Por otro lado, esto contrasta con la relativa cotidianidad con la que los medios de comunicación nos ofrecen imágenes de muertes violentas, reales o de ficción (se calcula que un chico de 18 años ha podido ver a lo largo de su vida más de cien mil muertes televisivas), destacando últimamente los vídeos de asesinatos reales realizados por terroristas islámicos con fines propagandísticos. Este exhibicionismo visual de la muerte, muchas veces acrítico e irreflexivo, induce a lo que algunos llaman la banalización o cosificación de la muerte, es decir, a la indiferencia ante la muerte e incluso a la ausencia de pudor o de compasión. A la privatización de la muerte, que en muchos casos deja al individuo solo a la hora de enfrentarse a ella, se suman las posibles dificultades con las que pueden encontrarse los profesionales de la salud y los asistentes sociales a la hora de atender adecuadamente las necesidades, no ya sólo médicas, sino existenciales o espirituales del paciente en fase terminal.Epidemias como el ébola han obligado en determinados casos a modificar protocolos sanitarios e incluso costumbres funerarias que implicaban contacto físico con el difunto, como es común en sociedades africanas. Estos forzados cambios de patrón profesional y cultural dificultan aún más los procesos del morir.Esta realidad impulsa a plantearnos la conveniencia de una educación para la muerte que, dado el creciente carácter pluricultural de nuestras sociedades, tenga en cuenta los factores culturales, religiosos y existenciales con los que muchas personas afrontan la vida y la muerte, de modo que permita a los sujetos y a la sociedad en general asumir de otra manera el proceso del morir y las consecuencias de la muerte.Sería deseable alcanzar una visión transcultural o intercultural de la muerte que sea holística, integradora de los valores más positivos de las distintas visiones culturales de la muerte, pero no necesariamente identificada con ninguna en particular, y siempre respetuosa con la dignidad de la persona. Una educación que enfatizara los valores humanizadores que unen y no las diferencias que pudieran hacer ver sospechosamente al otro, al distinto, ayudaría a las personas a afrontar de otra manera la muerte, quizá con menos temores y un mayor acompañamiento social.Esta visión intercultural integradora debería facilitar la autocrítica por parte de las distintas visiones culturales y existenciales dela muerte. El debido respeto a las mismas no significa aceptación privilegiada de ninguna de ellas ni asunción acrítica de todos sus postulados. Hay que reconocer que determinadas visiones culturales de la muerte pueden dificultar el proceso del morir de la persona. Las diversas imágenes de Dios que podamos construirnos no siempre son sanadoras. No es igual la imagen de Dios misericordioso y salvador que la de justiciero y castigador. Esta última probablemente induciría durante la fase terminal de la vida a ciertos sentimientos irracionales de culpa y de miedo ante una supuesta condenación eterna. En esos casos, sería recomendable una revisión crítica de determinados imaginarios en diálogo constructivo con las otras visiones culturales y existenciales. Esta capacidad de autocrítica facilitaría, además, la prevención tanto de actitudes etnocentristas excluyentes como de postulados laicistas refractarios de lo religioso o transcendente.En este sentido sería conveniente formar comités interdisciplinares (médicos, psicólogos, filósofos, sociólogos, antropólogos¿) e interconfesionales que dialogaran y consensuaran aspectos básicos sobre la muerte y el morir buscando aquellas actitudes y creencias de las diversas culturas que puedan ser universales o aceptables para una mayoría social a la vez que facilitadores de un proceso de morir más humanizador e integrador. Esto ayudaría a los profesionales involucrados en la fase terminal de la vida a mantener una posición racional y objetiva a la vez que mostrar empatía con la experiencia emocional que están viviendo el paciente y sus familiares.A modo de conclusión, educar para la muerte es también educar para la vida y viceversa. Una educación intercultural para la muerte propiciaría un acercamiento en muchos aspectos de la vida entre personas de diferentes culturas y opciones religiosas o existenciales. Probablemente, hablar más de la muerte nos ayudaría también a vivir y a convivir mejor.
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Juan Luis de León Profesor de la Faculta
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Date Released
2014-01-11T00:00:00
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