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Terrorismo y Libertad de Expresión - Deusto Knowledge Hub Explorer

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Terrorismo y Libertad de Expresión - Deusto Knowledge Hub Explorer
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lUhalol.iaPORJosé Ramón ScheiflerTerrorismo y libertad de expresiónTrazar el límite de la libertad de expresión, la línea divisoria entre lo tolerable y lo intolerable, requiere tal conjunto de virtudes y cualidades que solo en última instancia se lo encargaría a la leyESTOY con la multitudinaria manifestación de París contra los actos terroristas recientes y contra todos los de cualquier clase de terrorismo. Los hemos tenido mucho más cerca y con muchas más víctimas, sin tanto revuelo. Pero es verdad que la extensión internacional del yihadismo ha creado un amplio clima de inseguridad.Defiendo la libertad de expresión, rechazo la censura previa y lamento la autocensura practicada por muchos durante la dictadura franquista. He preferido dejar de escribir a someter mis escritos a determinadas censuras. Nunca admití límites a la libertad de expresión impuestos por ley, como cuando podías acabar en la cárcel por gritar ¿Gora Euskadi Askatuta o ¿Viva la República. Sin embargo, no puedo estar con Charlie Hebdo y sus caricaturas de Mahoma, ni puedo defender su libertad de expresión sin límites aunque con ella ofenda seriamente a mis semejantes o a un colectivo humano de cualquier ideología o creencia religiosa. No considero un gran logro de nuestra civilización occidental la libertad de expresión absoluta. No la considero sensata ni humana. Lo absoluto aplicado a lo simplemente humano y temporal resulta casi siempre peligroso. Valoro mucho el sentido del humor, el donde la gracia en la broma y el chiste y, desde luego, la higiénica postura a no tomarse uno mismo demasiado en serio. Suelo decir que las verdades más altas solo se pueden expresar en poesía, y las más arduas de aceptar, en broma. Pero el género y el piso del humor y de la broma es resbaladizo y frágil; exige el arte del equilibrio y la discreción sin el cual puede derivar y caer en lo ridículo, chabacano y ofensivo. La caricatura suele ser el elemento gráfico adecuado al género que, realzando lo humorístico, lo hace doblemente resbaladizo y frágil. Sobrepasar el límite de la libertad de expresión no justifica nunca una respuesta violenta, armada, asesina. Ahora bien, trazar el límite de la libertad de expresión, la línea divisoria entre lo tolerable y lo intolerable, requiere tal conjunto de virtudes y cualidades que solo en última instancia se lo encargaría al derecho y a la ley que, por objetivos y en manos de un juez, pueden no ser lo suficientemente sensibles y flexibles como la situación lo requiere. Quizá aclare lo que quiero decir esta sencilla anécdota:El último año de formación general jesuítica, acabados los estudios normales y recibido ya el sacerdocio, pero antes de una especialización particular, lo realicé en Münster, Alemania. Es una especie de segundo noviciado, trece o catorce años después del primero, de dos años, dedicado sobre todo a la oración y reflexión personal, bajo la dirección de un experimentado S. J. tudesco. Coincidió que el tal director había pasado por Dachau por haber criticado a Hitler. A finales de septiembre, nos juntamos un pintoresco grupito de 28 treintañeros, de cuatro continentes, 19 países y once lenguas maternas distintas. Con vistas a la Navidad -mi primera en Alemania y en régimen jesuítico-, tuve una singular idea. Amenizar alguna de las esperadas veladas navideñas con un numerito original de humor. En dos meses no había logrado calibrar el sentido del humor de gente tan dispar. Audaces fortuna iuvat, me dije recordando a Virgilio. En medio folio redacté el resumen de una novela negra: ¿Había muerto casi de repente la señora de una gran villa próxima a la nuestra, que solía acudir a la misa en nuestra capilla. El forense dictaminó envenenamiento. El testamento dio fe de que era viuda, sin hijos ni familiar conocido, pero con una gran fortuna que dejaba a los jesuitas de Haus Sentmaring, nuestra mansión, amén de unas suculentas mandas a uno de nuestros compañeros. La sospecha se hizo realidad: juicio, sentencias, pues todos estábamos implicados. Faltaba la parte gráfica, la principal, pues pretendía un tipo de peliculón. Con cierta cualidad de dibujante, opté obviamente por la caricatura. Llegado el día de los Santos Inocentes, ofrecí gratis el espectáculo a la comunidad, que acudió en pleno.Lancé el órdago a la primera baza: el director y subdirector, condenados a ¿trabajos de por vida (charlaban amigablemente apoyados en sendas palas y picos). Un silencio helado cayó sobre la oscuridad de la sala. Un segundo, dos, tres¿ y, tras una risa sofocada ¿¿he vencido, me dijeun alud de carcajadas, aplausos y pataleos. El clímax fue la aparición del padrecito de la doble vida, el criminal y heredero de las mandas, y la de su cabeza en la mano del verdugo. Reservé un poco de sentido común y cerré el número con mi propia caricatura: la del perfecto perplejo que inspiró a Maimónides, expulsado de Alemania, con lo puesto y sin un pfennig. ¿Él mismo se toma a chufla, dirán. Así pensé.También pensé que había cumplido mi objetivo. Pasamos un buen rato de humor, pues lo cierto era que se habían reído para mucho tiempo. Sin embargo, acabado el acto no oí comentarios. Nadie me pidió su caricatura. El único representante de Italia, cuyo físico muy romano se resistió a mis dotes caricaturescas, me dijo: ¿Oye, contigo hay que andar con cuidado. Me hizo pensar.Una sociedad auténticamente civilizada y progresista es la que mantiene una convivencia tolerante, verdaderamente humana, sin provocaciones de ninguna claseLlegué a una conclusión plausible. Al amparo del anonimato de la oscuridad de la sala, todos y cada uno se rieron de las caricaturas y contextos de los demás. Al ver cada uno la suya, miraría hacia otro lado y las risas de los demás le zumbarían los oídos. En realidad, todos y cada uno habrían sido a la vez y por turno, verdugos y víctimas. Me puse en la persona del flamenco, más piadoso e ingenuo de todos los presentes, elegido como el de la doble vida y autor del envenenamiento, en sus dos caricaturas, las más aplaudidas, y lo que en ese momento sintió. ¿Nunca más, me dije. ¿Qué derecho tengo a hacer reír a costa del mal rato de este y otros inocentes .Han pasado sesenta años de aquello y el caso de Charlie y las caricaturas de Mahoma, aunque tan distinto del mío, me lo ha traído a la memoria y me ha animado a relatarlo porque en este tema de los límites de la libertad de expresión, me parece oportuno y necesario apelar, en primer lugar y sobre todo, a la ética de la sociedad y de las respectivas profesiones de quienes ejercen públicamente la libertad de expresión, periodistas o no, para medir cada uno responsablemente -no hay libertad de expresión sin responsabilidadhasta dónde sí y desde dónde no. Considero que una sociedad auténticamente civilizada y progresista es la que, dada la pluralidad reinante de ideas, costumbres, étnias, razas, creencias y religiones, y teniendo en cuenta la globalización casi inmediata de noticias, sucesos y acontecimientos, mantiene una convivencia tolerante, flexible, no ideal y paradisíaca, sino verdaderamente humana, pero sin provocaciones de ninguna clase.Sé que la ética general y personal está sujeta siempre a cierta subjetividad, quizás más que a finales del siglo pasado. Alguien puede afirmar que ¿hay que tomar la religión a cachondeo, como acabo de leer, y tomárselo así. Pero no puede exigir que el vecino le secunde en ello, ni hacer que su ¿cachondeo no sea seriamente ofensivo a quien tiene derecho a tomárselo muy en serio. En una sociedad que disfruta de libertad de expresión como en la Unión Europea, lamento que la ética general e individual no basten para la convivencia descrita y sea indispensable el recurso a la ley y a los tribunales.El fenómeno de exaltación general vivido ayer con el último número de Charlie Hebdo, me hace preguntarme qué es lo que mueve a esta sociedad.* Profesor emérito de la Universidad de Deusto
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Por José Ramón Scheifler
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2015-03-02T00:00:00
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